viernes, 25 de septiembre de 2009

Critica: Sector 9

Hubo un tiempo en que la Ciencia Ficción en el cine no se usaba como mera excusa para mostrar los nuevos adelantos tecnológicos en materia de computadoras y con la idea de proporcionar un espectáculo pirotécnico como único propósito. Remontándose a la década del 50, films como El día que paralizaron la tierra y La invasión de los usurpadores de cuerpos (me refiero a las versiones originales y no a las insulsas remakes actuales) tomaban elementos propios del género, como invasiones alienígenas y enfrentamientos con seres de otros mundos, para tocar temas políticos de fondo, que iban desde la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial a la creciente paranoia fruto del Macarthismo.

Lamentablemente, en la actualidad cuando hablamos de Ciencia Ficción nos referimos a películas con robots gigantes que se transforman en vehículos y pelean contra los malos, sin dar lugar a ningún tipo de lectura interesante sobre la sociedad actual. Por eso hay que celebrar la aparición de una película como Sector 9, que pese a los defectos que pueda tener a nivel formal, al menos intenta plantear problemáticas sobre el mundo en que vivimos sin necesidad de descuidar la acción ni el entretenimiento.

Existen claramente dos películas en Sector 9, cada una en lucha con la otra. Durante la primera mitad vemos cómo, mediante la estética de un falso documental al mejor estilo Cloverfield, se nos plantea el principal conflicto del film. La llegada de una nave espacial a Johannesburgo con una enorme población de alienígenas de origen obrero obliga al gobierno de la zona a crear una especie de villa miseria para relocalizarlos hasta que puedan volver a su hogar (esto es precisamente el Sector 9 del título). Cuando a Wikus Van der Merwe, un burócrata gubernamental, se le asigna la misión de desalojar a estos llamados “langostinos” hacia un nuevo sector, un accidente provoca cambios en su cuerpo que lo obligan a pasarse de bando, y convertirse de perseguidor en perseguido. Es en este segmento donde se luce el director Neill Blomkamp, gracias a una cámara en mano nerviosa que muestra al detalle la vida cotidiana de los insectos, sus intentos de convivir con la gente de las villas locales y los reiterados actos de discriminación que tienen que soportar por parte de la sociedad y del gobierno. No es difícil establecer un paralelo con situaciones que vivimos actualmente en nuestro país, y si bien es el Apartheid lo que primero se habrá cruzado por la cabeza del director dado su origen Sudafricano, nosotros podemos relacionarlo con ciertos planes de nuestro propio gobierno para erradicar a las villas miserias. La hipocresía y la falsa legalidad se ponen de manifiesto cuando Wikus, rodeado de policías, le alcanza a un alienígena una planilla para que firme la orden de desalojo (sólo con la firma de los bichos la expulsión puede hacerse en un marco legal) y éste le pregunta “¿Qué es desalojo?”.

En la segunda parte del relato, cuando somos testigos de la cruzada de Wikus (convertido en todo un personaje cronenberguiano) junto a un extraterrestre llamado Christopher y su hijo para lograr la libertad, las escenas de acción empiezan a reemplazar la mirada crítica sobre la humanidad y el relato empieza a caer narrativamente. Es aquí también donde los efectos creados por computadora, que venían siendo totalmente funcionales al relato (el diseño de los bichos es superlativo a nivel conceptual y emotivo) pasan a ponerse por delante de la trama, lo que termina de alguna manera por debilitar el planteo principal del film. Aun así, hay demasiados méritos como para caerle muy duro a Blomkamp, que con sólo 28 años y una opera prima se ha convertido en un director a tener en cuenta en el futuro. Si es que en ese futuro no somos invadidos por más “langostinos”…

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